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Un «western» en el desierto de Atacama y un descubrimiento asombroso

Nota Área de Antropología:

Un «western» en el desierto de Atacama y un descubrimiento asombroso

Publicado el 05/08/2016
Nuestro Curador Francisco Garrido se está empezando a destacar por sus entretenidas historias. Ahora trae una sobre un inédito western en el desierto de Atacama y el descubrimiento que realizó.

El sol de la tarde, el polvo y la arena golpeaban su rostro mientras galopaba en el desierto. Él sólo quería llegar a aquella solitaria posada de Cachiyuyo de Llampos para poder descansar y recuperarse. Después de haber perdido mucho de su fortuna y minas de plata en malos negocios y acciones judiciales en su contra, su única esperanza era hallar nuevos yacimientos minerales que le devolvieran la suerte. Sin embargo, lo que encontraría sería algo invaluable y milenario. Paul Treutler era un minero alemán que había llegado directamente de Europa a Copiapó en 1852 atraído por la fiebre de la plata de Chañarcillo y Tres Puntas. Al principio tuvo riquezas y éxito, pero 5 años después estaba casi en la quiebra por la especulación financiera, malos negocios y muchas deudas. Sin embargo, él no quería irse del país como un fracasado, quería triunfar y seguía explorando el desierto incansablemente en busca de nuevos tesoros. Una vez en la posada de Cachiyuyo de Llampos, en medio del desierto al norte de Copiapó, Treutler desensilló su caballo y pidió para reponerse una cazuela caliente, la que acompañaría bebiendo café y licor anisado. El dueño del restaurant de la posada que ya le conocía como cliente habitual, le entretuvo hablando de muchas historias que otros viajeros comentaban en su travesía por el desierto, dándole instrucciones sobre ciertas vetas de minerales que estaban allí en lo profundo de las montañas esperando a ser descubiertas por un aventurero aguerrido y con decisión.

También, le habló de historias de tesoros indígenas depositados allí varios siglos atrás, mucho antes de que Chile fuera un país y que los españoles llegaran en su evangelizadora y sangrienta campaña de conquista. Treutler quedó electrizado con dichas historias y se dio el ánimo de ser aquel afortunado para quien tales riquezas estaban destinadas. Saliendo a recorrer las áridas montañas en su caballo, estuvo varias veces al borde de la muerte al extraviarse y quedar sin agua ni alimento. Por ello, llevaba consigo una carta para el cónsul alemán en Valparaíso con una despedida a su familia en caso de que la muerte lo hallase desprevenido y así en algún momento alguien pudiese encontrar su cadáver y cumplir su última voluntad. Una vez que casi desfalleció en el desierto cuando su caballo escapó, tuvo un escape milagroso gracias al paso de un colector de raíces para leña que lo rescató. Treutler sabía que la próxima vez no contaría con tal suerte, pero no quedaba otra opción si quería alcanzar el éxito.

Esta vez, Treutler decidió probar su fortuna buscando las legendarias minas auríferas y de cobre que los antiguos indígenas habrían explotado en el desierto, cuyas labores fueron interrumpidas por la conquista. Pensaba que aplicando sus conocimientos y la tecnología del vapor que había dado auge a la revolución industrial, sería un pionero capaz de obtener riquezas impensadas. Por ello, siguió explorando las sierras desérticas y fue capaz de encontrar muchos vestigios de antiguas faenas y campamentos mineros con viviendas construidas en piedra, los cuales fueron habitados por antiguos mineros prehispánicos. En ellos reconoció restos de mineral de cobre, restos de la producción de puntas de proyectiles de piedra, cinceles de cobre, martillos de piedra, y fragmentos de la cerámica que utilizaban a diario en sus labores domésticas.

A pesar de los siglos de diferencia, Treutler sabía reconocer aquellos vestigios de mineros del pasado, cuyo modo de vida no era tan distinto de los mineros artesanales de su propia época. Estos descubrimientos lo alentaron a seguir explorando, prometiendo nuevos hallazgos. Sin embargo, aquellos tiempo eran rudos y un día casi muere cuando en una quebrada estrecha se encontró frente a frente con una banda de forajidos que habían asesinado a un administrador de minas que viajaba sólo hacia Copiapó con el fin de robarle. Sólo a punta de disparos de su revólver pudo zafar del peligro, no sin recibir algunas heridas en su escapada. Así eran aquellos días.

Como estaba empecinado en sus exploraciones y la fiebre de riqueza se había apropiado de su espíritu, un día salió a explorar cabalgando su mula y encontró una quebrada estrecha que decidió explorar a pie. Al regreso con hambre y sed, se llevó la terrible sorpresa de que su mula había escapado quien sabe dónde en dicha serranía. Caminando bajo el sol de la tarde siguiendo las huellas del animal, notó que las paredes de la quebrada se hacían cada vez más y más altas y divisó algo de vegetación hacia su interior. Para su felicidad, su mula estaba allí descansando en una pequeña aguada que afloraba en la roca. Treutler decidió descansar un rato. Cuando se reincorporó, su emoción no podía contenerse al darse cuenta de que estaba rodeado de las más fabulosas pinturas esparcidas en todas las paredes rocosas a su alrededor.

Dichas pinturas de color rojo representaban figuras humanas y animales que parecían guanacos, aves, zorros, mientras que muchas otras retrataban las más diversas imágenes geométricas ininteligibles en su significado. Para él, esto era prueba de que las leyendas que él había escuchado sobre tesoros indígenas eran ciertas, y creyó que éste era el lugar donde por fin se cumplirían sus expectativas de riqueza. Durante algunos días regresó al lugar desde la posada donde alojaba y exploró la quebrada de principio a fin. En tales exploraciones halló numerosas pinturas y campamentos mineros prehispánicos, los cuales evidenciaban la milenaria tradición del trabajo de explotación del cobre en la zona. A pesar de que buscó minuciosamente, nunca halló el tesoro monetario que él esperaba; sin embargo, tal descubrimiento y la narración que dejó de aquellos eventos no fueron olvidadas y permitieron que nuevas generaciones de exploradores descubrieran un gran legado patrimonial. Paul Treutler tuvo después algunas minas de cobre propias, pero nunca encontró el éxito que esperaba. Desilusionado del desierto emprendió rumbo al sur, a la Araucanía, para ir a la búsqueda de nuevos sueños desquiciados. Esta vez, para encontrar las antiguas minas de oro que los españoles explotaron en Villarrica durante la conquista y luego abandonaron expulsados por los mapuches. Sin embargo, eso es otra historia…

Exactamente unos 150 años después de las aventuras de Paul Treutler, en 2007 emprendimos una expedición para encontrar la quebrada que lo deslumbró, la cual aportaría información significativa para el conocimiento de la minería indígena y la prehistoria regional. Nuestras mulas eran camionetas y nuestro mapa era una mezcla entre nuestro instinto y la información que habíamos triangulado en la cartografía local y traducido a un GPS. En una expedición en busca del Camino del Inca en el desierto, teníamos como uno de nuestros objetivos el poder dilucidar la veracidad del relato de Treutler e investigar aquellos campamentos mineros prehispánicos existentes a la vera de la ruta incaica. Cuando después de mucho esfuerzo habíamos llegado a las cercanías de aquella quebrada que habíamos señalado en el mapa como lugar probable del sitio que Treutler narraba, decidimos acampar para pasar la noche y así emprender nuestro viaje a su interior al día siguiente. En la mañana iniciamos la caminata por la quebrada, la cual poco a poco fue deslumbrándonos al encontrar cada vez más arte rupestre y numerosos campamentos mineros pircados de data centenaria. En la parte central de la quebrada conocida toponímicamente como "La Chinchilla", hallamos finalmente aquella pequeña aguada en la cual Paul Treutler se refrescó junto a su mula, y al igual que él quedamos muy sorprendidos con lo magnífico del arte rupestre a su alrededor.

A partir de ese momento, nuevas investigaciones han dado cuenta de una larga tradición de pequeña minería en el lugar, remontándose desde unos 2000 años atrás. En aquellos campamentos los mineros explotaron la turquesa y la malaquita para fabricar cuentas de collares. También explotaron el óxido de hierro para producir pintura roja que utilizaron para crear el arte rupestre, para la decoración de sus vasijas cerámicas, y para intercambio. Ellos no cambiaron su modo de vida cuando llegaron los Incas, e incluso utilizaron y se apropiaron del camino que estos construyeron en su vecindad para facilitar su movimiento por el desierto, además de utilizarlo como un lugar de intercambio para sus productos. El arte rupestre de la quebrada fue una forma de sacralizar su entorno de vida y reflejar su identidad. El estudio de este sitio es un importante aporte a la comprensión de la minería y el trabajo artesanal en el mundo prehispánico. Treutler no encontró los tesoros que buscaba para sí, pero sus acciones tuvieron una repercusión que trascendió hacia el futuro. Uno nunca sabrá qué consecuencias y descubrimientos del mañana serán inspirados por nuestras acciones cotidianas del presente… Agradecimientos A Camilo Robles, Alfred Pohl, y todos aquellos que participaron en nuestra expedición de redescubrimiento de la quebrada la Chinchilla y el rescate del legado de Paul Treutler.

Referencias

  • Garrido, F. (2016). Rethinking imperial infrastructure: A bottom-up perspective on the Inca Road. Journal of Anthropological Archaeology, 43, 94-109.
  • Garrido, F. y C. Robles (2008). El Color del Pasado: la Pintura rupestre en Atacama. Documental arqueológico en función del proyecto Fondart 669927.
  • Garrido, F. y C. Robles (2007). Reconstruyendo Caminos: La Huella del Inca en Atacama. Documental arqueológico en función del proyecto Fondart 45332.
  • Treutler, Paul 1958 (1888). Andanzas de un Alemán en Chile. Editorial del Pacífico, Santiago.