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Metaleros prehispánicos

Nota Área de Antropología:

Metaleros prehispánicos

Publicado el 03/11/2016
Crisol prehispánico
Crisol prehispánico
Francisco Garrido, arqueólogo y Curador del Área de Antropología nos cuenta sobre metaleros prehispánicos, que no tiene que ver con que los pueblos originarios fueran fanáticos del rock pesado, sino de su capacidad para trabajar los metales.

Un crisol es un recipiente para fundición. Fundición de metales cuyo producto líquido será depositado en un molde, el que a su vez al enfriarse tomará la forma de un objeto terminado. Esta tecnología que requiere del manejo de altas temperaturas sobre los 1,000°C, el conocimiento geológico de yacimientos mineros, su proceso, aleación y trabajo orfebre. Lo fascinante es que dicha tecnología ya era conocida por muchos siglos antes de la llegada de los españoles a nuestro continente.

Incluso antes de los españoles, cuando los Incas expandieron su imperio a nuestro actual territorio del norte de Chile, el trabajo minero no era una novedad. Los habitantes del desierto de Atacama habían trabajado desde milenios en la explotación minera de pigmentos, sobre todo de color rojo para uso ritual y decorativo, además de la extracción de turquesa y malaquita para elaborar cuentas de collares y otros adornos. Hacia el primer milenio antes de Cristo vemos evidencia de los primeros trabajos con metales en el norte de Chile, cuyo uso irá en incremento a través del tiempo. Con el paso de los años, se explotaba y fundía el oro, la plata, e incluso se elaboraron aleaciones de cobre con arsénico para obtener bronce. Sin embargo, será la época incaica cuando su producción asumirá una escala casi industrial. La aleación de bronce que contiene cobre con estaño existía desde muy antiguo en Bolivia y el noroeste argentino, pero los Incas llegaron a expandirla a todos los Andes, incluyendo Chile. Será gracias al control de las fuentes principales de estaño el como ellos logran obtener la supremacía de la producción de metales, importando dicho insumo a diversos centros metalúrgicos de fundición. Uno de los centros metalurgistas mejor conservados en los Andes, se encuentra en el Valle de Copiapó y corresponde a Viña del Cerro. Este sitio contiene 26 grandes hornos de función y posee múltiples recintos con arquitectura rectangular Inca, incluyendo una plaza cercada y una plataforma ceremonial o "ushnu". La población local del valle sería obligada a trabajar en un sistema de turnos o "mita", cumpliendo así su tributo en horas hombre para el nuevo imperio que se asentaba en el territorio.

La principal tecnología de fundición en época Inca consistía en el uso de "huayras", las cuales eran unos hornos con forma de torre en donde se introducía la roca de mineral en bruto y carbón. Una serie de agujeros de ventilación ayudaba a que el viento entrase de modo natural y así el oxígeno aumentaba la temperatura de combustión hasta que la roca se fundía. Luego, por una abertura inferior era posible recuperar el metal fundido, el cual debía separarse de la escoria de roca. Este era el proceso inicial, que debía repetirse luego en un crisol para purificar el metal y luego vaciarlo en un molde final, o bien éste podía ser martillado para lograr producir finas láminas y alambres.

Con bronce era posible elaborar una serie de artefactos, tanto utilitarios como agujas, pinzas, anzuelos y cinceles, además de otros de tipo suntuario como bienes de prestigio. Entre estos últimos se cuentan placas, hachas ceremoniales, campanillas, aros y anillos. Muchos de estos artefactos ya estaban presentes antes de la llegada de los Incas en el norte de Chile. Estos últimos introducen fuertemente una especie de cuchillo en forma de medialuna, el "tumi", que tendría funciones ceremoniales y sería fabricado principalmente por medio de bronce estañífero. Así, podrían ser entregados a sus súbditos más leales como pago de favores políticos relacionados con su cercanía al imperio. Los metales consolidaron la economía y la política incaicas, siendo su explotación de interés primordial para la expansión imperial. Por ello, se ha postulado que una de las razones principales de la expansión incaica en el norte de Chile estuvo vinculada a su interés por la minería. Los metales en el mundo andino estaban rodeados de una serie de significados religiosos y políticos, pero no tenían el mismo valor económico de intercambio monetario que existía en Europa. Con la llegada de los españoles, la fiebre por el oro destruiría gran parte de las sociedades indígenas americanas, en un sistema donde sólo interesaba la cantidad de metal producido, sin importar el bienestar de los trabajadores, la orfebrería, ni el valor agregado de su simbolismo. Tal dramático evento representa un gran quiebre con las tradiciones tecnológicas previas, aunque vale destacar que en múltiples casos la pequeña minería doméstica sobrevivió en el tiempo, continuando la tradición de exploración del desierto a través de los pirquineros, actividad que aún es practicada por muchas familias en el norte de nuestro país.